17 de septiembre de 2014

El camino que gira sobre sí mismo

El camino que gira sobres sí mismo no es necesariamente un extraño camino retorcido.

El camino que gira sobre si mismo es parte del ciclo del caminante. De dentro a fuera o de fuera adentro, caminar significa volver la vista y darse cuenta de que estamos en un punto que ya hemos estado. Por eso usamos la rueda como símbolo del viaje eterno, y la espiral como signo del viaje en evolución. Porque una espiral no es si no una rueda en la que en el mismo punto horizontal o punto de ciclo vemos todo desde una altura diferente. Todo se repite y al tiempo todo cambia. Eso nos dice la espiral.



Como todo símbolo, la rueda y la espiral expresan una idea, y no la realidad de cada tortuosa curva del camino. No expresa la añoranza del volver ni la imposibilidad de hacerlo. No nos dice cuan pequeños nos han quedado los zapatos que vestimos siendo más jóvenes. Sólo lo sabremos si intentamos volver a ponernos en esos zapatos.

Del mismo modo, la rueda y la espiral no pueden explicarnos cómo nos sentiremos cuando al volver veamos las cosas aparcadas al lado del camino. Aquellas cosas que ayer nos parecían poco más que barro y que ahora vemos fértiles. Aquellas cosas cuya fuerza o belleza no pudimos entender entonces. Aquellas cosas que cayeron de nuestras manos sin darnos cuenta. Y también aquello que surgió de nuestras huellas y que otros han tomado por nosotros.

El camino avanza, con sus giros y requiebros, y no siempre podemos ver la espiral y el ciclo con claridad. Pero cuando podemos al fin verlo, es necesario para el caminante pararse a respirar un segundo y hacer balance. Y en su caso, recuperar o dejar correr según convenga la herencia que nosotros mismos nos hemos dejado.

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