23 de septiembre de 2014

Orgullo

No estoy orgullosa de ser pagana. Hay días que incluso me pregunto si soy pagana. Quiero decir, aún tenemos tantos problemas de definición....

No estoy orgullosa de ser pagana igual que no estoy orgullosa de ser blanca, de ser mujer, o incluso de ser madre. No estoy orgullosa de ser cosas que me son connaturales. Tampoco de ser aquellas cosas que he decidido ser por coherencia interna.

Por eso no entiendo el orgullo que se celebra un día al año.

Entiendo que se trata de visibilización. Tal vez de normalización, aunque no sé como la demostración pública y notoria de las características más chillonas de nuestros movimientos pueden normalizarnos. La normalización es un camino que debe andarse día a día y de una forma... bueno, normal.

Pero sobre todo, hay algo en el orgullo que me da miedo. Porque el orgullo define una enorme cantidad de la parte alta del espectro de la autoestima.
Es orgullo cuando te sientes bien contigo mismo. Es orgullo cuando valoras cuanto tienes o cuanto has conseguido en su justa medida. Pero también es orgullo el hibris. Lo es la soberbia. El estimarse en más de lo que uno vale y dar por sentado una capacidad que no se tiene.

Y entonces uno se convierte en Icaro. Como él, vuela demasiado alto y termina irremediablemente cayendo por su propio error.

La caida de Ícaro - Jacobo Pedro Gowy

21 de septiembre de 2014

Dispersión

Hormiga reina alada. La génesis de un nuevo comienzo.

Al contrario de para muchos, que consideran ésta la época de la reflexión, para mí esta es la época de la dispersión.

Es la época en la que las nuevas simientes vuelan, después de la pausa estival. Llegan a mis calles algunas de las más valientes langostas del sur, buscando nueva tierra. Mis cielos se llenan de hormigas aladas.

Toda la naturaleza a mi alrededor está entrando en  un proceso de grandes labores. Buscando una forma de volver a empezar, de hundirse en el seno de la tierra y construir.

Sí, es tiempo de irse resguardando. De ir volviendo a casa. Pero no es el la hora de la lenta reflexión, si no de la expansión. De ocupar largo tiempo con mil tareas. Tareas largas o cortas, fútiles o esenciales. Tareas en comunidad, tareas de elaboración y de creación. Ahora, antes de que sea tarde.

17 de septiembre de 2014

El camino que gira sobre sí mismo

El camino que gira sobres sí mismo no es necesariamente un extraño camino retorcido.

El camino que gira sobre si mismo es parte del ciclo del caminante. De dentro a fuera o de fuera adentro, caminar significa volver la vista y darse cuenta de que estamos en un punto que ya hemos estado. Por eso usamos la rueda como símbolo del viaje eterno, y la espiral como signo del viaje en evolución. Porque una espiral no es si no una rueda en la que en el mismo punto horizontal o punto de ciclo vemos todo desde una altura diferente. Todo se repite y al tiempo todo cambia. Eso nos dice la espiral.



Como todo símbolo, la rueda y la espiral expresan una idea, y no la realidad de cada tortuosa curva del camino. No expresa la añoranza del volver ni la imposibilidad de hacerlo. No nos dice cuan pequeños nos han quedado los zapatos que vestimos siendo más jóvenes. Sólo lo sabremos si intentamos volver a ponernos en esos zapatos.

Del mismo modo, la rueda y la espiral no pueden explicarnos cómo nos sentiremos cuando al volver veamos las cosas aparcadas al lado del camino. Aquellas cosas que ayer nos parecían poco más que barro y que ahora vemos fértiles. Aquellas cosas cuya fuerza o belleza no pudimos entender entonces. Aquellas cosas que cayeron de nuestras manos sin darnos cuenta. Y también aquello que surgió de nuestras huellas y que otros han tomado por nosotros.

El camino avanza, con sus giros y requiebros, y no siempre podemos ver la espiral y el ciclo con claridad. Pero cuando podemos al fin verlo, es necesario para el caminante pararse a respirar un segundo y hacer balance. Y en su caso, recuperar o dejar correr según convenga la herencia que nosotros mismos nos hemos dejado.

8 de septiembre de 2014

El árbol de los amigos

Hace muy poco fui a una ceremonia preciosa, un enlace de un familiar lejano. En ella se leyó el siguiente texto, que suele decirse que pertenece a Borjes, cosa de la que no estoy segura, pero que circula por internet.  No lo conocía, y me pareció hermoso y dada mi historia, lleno de nostalgia.

El árbol de los amigos


Existen personas en nuestras vidas que nos hacen felices
por la simple casualidad de haberse cruzado en nuestro camino.
Algunas recorren el camino a nuestro lado, viendo muchas lunas pasar,
mas otras apenas vemos entre un paso y otro.
A todas las llamamos amigos y hay muchas clases de ellos.

Tal vez cada hoja de un árbol caracteriza uno de nuestros amigos.
El primero que nace del brote es nuestro amigo papá y nuestra amiga mamá,
que nos muestra lo que es la vida.
Después vienen los amigos hermanos,
con quienes dividimos nuestro espacio para que puedan florecer como nosotros.
Pasamos a conocer a toda la familia de hojas a quienes respetamos y deseamos el bien.

Mas el destino nos presenta a otros amigos,
los cuales no sabíamos que irían a cruzarse en nuestro camino.
A muchos de ellos los denominamos amigos del alma, de corazón.
Son sinceros, son verdaderos.
Saben cuando no estamos bien, saben lo que nos hace feliz.

Y a veces uno de esos amigos del alma estalla en nuestro corazón
y entonces es llamado un amigo enamorado.
Ese da brillo a nuestros ojos, música a nuestros labios, saltos a nuestros pies.
Mas también hay de aquellos amigos por un tiempo,
tal vez unas vacaciones o unos días o unas horas.
Ellos acostumbran a colocar muchas sonrisas en nuestro rostro,
durante el tiempo que estamos cerca.

Hablando de cerca, no podemos olvidar a amigos distantes,
aquellos que están en la punta de las ramas
y que cuando el viento sopla siempre aparecen entre una hoja y otra.
El tiempo pasa, el verano se va, el otoño se aproxima y perdemos algunas de nuestras hojas,
algunas nacen en otro verano y otras permanecen por muchas estaciones.
Pero lo que nos deja más felices es que las que cayeron continúan cerca,
alimentando nuestra raíz con alegría.
Son recuerdos de momentos maravillosos de cuando se cruzaron en nuestro camino.

Te deseo, hoja de mi árbol, paz, amor, salud, suerte y prosperidad.
Simplemente porque cada persona que pasa en nuestra vida es única.
Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros.

Habrá los que se llevarán mucho,
pero no habrán de los que no nos dejarán nada.
Esta es la mayor responsabilidad de nuestra vida
y la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad.



Soy una persona de invierno, por muchas razones. Soy menos exuberante de lo que me gustaría. Mis hojas son escasas y caen con prontitud. Y hasta ahora, no se me había ocurrido agradecerles a esas hojas caidas lo mucho que me han nutrido.
Hojas, teneís muchos nombres. Y algunas de vosotras puede incluso que leais esto. Si es así, sabed que os doy las gracias. Por las sonrisas y la luz, pero también por la sangre y las lágrimas. Porque todo hace crecer.